Los pequeños fetos observaban con mirada vacía a través de aquellas rejas oxidadas. Él taxidermista cuidadosamente los extraía de la fuente misma y diseccionaba los frágiles cuerpos para rellenarlos con una sustancia que le costó años perfeccionar. En un principio simulaba que eran gatitos, hoy el viejo habito aun persiste.
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